martes, 15 de mayo de 2012

River boat

Atendiendo al modo de transporte, el sendero llevado hasta ahora recorría distancias de una forma de lo más cuotidiana. Por aire, volando por lo alto de los infinitos océanos; por tierra, a través de vehículos de rueda, alternando motocicletas, automóviles o caminos de incontables ejes.

Si antiguamente, en Europa, todos los caminos llevaban a Roma; en Perú, en fase de dominio inca, no había tampoco modo de perderse, el sistema de comunicaciones y transportes nacía —o moría, según como se mire— en lo que para ellos era el centro del mundo, en la imperial ciudad de Cuzco.
No obstante, los tiempos históricos modificaron los territorios para dejar a la naciente ciudad de Iquitos perdida y aislada en el medio de la selva amazónica. Pese a ser la ciudad más grande de la actual amazonia peruana, no hay carretera que la comunique con tierras de la cordillera andina o la costa, ni siquiera con Lima, la centralizadora capital peruana. Más o menos, como una isla perdida en medio de bastos océanos de verdes bosques fraccionados en deformes parcelas por torrenciales ríos y afluentes de agua de color cobrizo.
Llegar a Iquitos, dejando de lado el lujoso avión, supone una experiencia viajera al siglo pasado. Al estilo de los relatos del Che Guevara en Diarios de motocicleta o de Into the wild, de películas de liberación personal y natural de un planeta dominado por horarios, complicaciones y malentendidos.

Descender inacabables ríos perdiéndose consigo mismo entre bosques de palmeras y exótica biodiversidad a bordo de un barco repleto hasta los topes, donde la mercancía tiene reservados los espacios de lujo, mientras los agregados pasajeros deben conformarse con los espacios restantes. Entre botellas, plátanos o sillas, parece haber un cartel en el que se lea: «Encuentre su sitio, arme su hamaca y a dormir, que son cuatro días.»


En efecto, cuatro días rio Ucayali abajo, donde, a su encuentro con el rio Marañón, forman el inicio del rio Amazonas. Un rio que traspasa sin vergüenza las intimidades de la selva que hace lo posible por quitárselo de encima serpenteando salvajemente. El barco sobre el que navegué simuló los antiguos juegos de maquinitas de los noventa. Aquellos en que un coche andaba por una pista de tres carriles sorteando el tráfico venidero. Así, y con curvas.


Cuatro días dedicados a escribir en tu hamaca, leer en tu hamaca, hacer artesanías en tu hamaca, descansar en tu hamaca, comer en tu hamaca,… y, subir a lo más alto del bote —encima de la cabina— para ver los apasionantes atardeceres de la selva. En tierra de nada, de casi nadie y terroríficamente envolvente.

1 comentario:

  1. por lo que veo imagino que este es tu pleriplo por estos maravillosos lugares que tiene la inmensidad del mundo que la mayoria no conocemos.
    aunque el viaje haya sido sobre una hamaca... preciosas fotografias !! y seguro un feliz reencuentro con buenos amigos..
    Un enorme abrazo de los tres...

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