jueves, 8 de diciembre de 2016

Legzira!

Duermo en Legzira pero me encuentro en Sidi Ifni —a unos 10km de distancia—, al cual he llegado caminando por una de las más espectaculares costas del mundo. Pierdo el bus y ningún taxi me quiere llevar por un precio razonable. Ni siquiera es tan tarde, pero ya hace un par de horas que la noche profunda ha caído.

Carente de opciones, no me queda más remedio que volver caminando. Por suerte, la noche es estrelladamente espectacular y la luna empieza a asomar tras las montañas ofreciéndome suficiente luz para ver por donde piso. También llevo agua y algo de comer, pero caminar otros 10km se me antoja bastante cuesta arriba.

Sí, ya he intentado hacer dedo, pero es de noche y es normal que la gente no pare. Camino por algo más de una hora pero sospecho que no he llegado ni siquiera a la mitad, cuando de pronto las luces de un coche me superar y paran. Intermitentes. Corro porque ha parado lejos y ni siquiera se si lo ha hecho para ayudarme.

Resulta ser un ancianete marroquí que me arenga por caminar sólo y sin luz tan tarde. O eso es lo que puedo descifrar de sus gestos corporales. Desafortunadamente no tenemos más herramientas para comunicarnos. Sólo habla bereber, lo cual es normal. No obstante, sonríe mientras me abronca y me abre la puerta.

-Legzira, Legzira? —le digo apuntando hacia adelante.
-Oui.

El viaje dura no más de diez minutos, él me constantemente pierde de vista la carretera para mirarme fijamente.

-Legzira! —me grita de golpe.

Para. Abro la puerta, pero aún en el asiento, le agradezco el viaje y me toco el corazón en un gesto de fiel gratitud. Súbitamente, me abraza. Me falta el canto de un duro para que se me caigan las lagrimas. Me toca el corazón. Y me lanza un último shukran.

Se va. No sé ni su nombre. A mi me recuerda a mi abuelo.


Lejos de los grandes bazares y las fascinantes y amontonadas medinas existe un Marruecos particularmente autóctono, de la gente humilde que abre su alma y corazón, de la gente que menos tiene y más te da. Seres humanos que comparten sus tradiciones y costumbres, donde se es permitido bajar la guardia, empaquetar los escudos culturales, respirar profundamente y sentirse aliviado.

Estaba equivocado. La gratitud no vale dinero.

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