miércoles, 15 de diciembre de 2010

El aprendizaje del ser viajero

El viajero no nace, sino se hace. De verdad que no quisiera dar lecciones, dándomelas de sabio, pues justo hace pocos meses que viajo sin rumbo por Bolivia. No obstante cuán de lejos y disímiles quedan aquellos prematuros viajes bajo la tutela de mis padres. Matinales de sol y playa a ritmo de picnic unidos a repeinadas veladas hoteleras bailando al son de «seven y night ..and a baaaby» llegaron a su fin.
Circunstancias matrimoniales dieron al traste y a tiempo con las escapadas familiares. Y ciertamente, se puede considerar un golpe de suerte. No me gusta ir a París a comer bocadillos con salsas verdes o pagar calderilla suelta para ir a mear. Sin embargo, quedan en el recuerdo nostálgico las infinitas batallas de indios del buffet libre de Disney Land París o los necesarios abrazos de mamá para no salir volando de lo alto de la Torre Eiffel.



Las sangradas constantes en forma de becas a la Generalitat catalana o al Ministerio de Educación y Cultura español respectivamente, dieron forma a un nuevo tipo de aventura. La economía catalana ofrecía viajar sólo, pero en grupo, bajo la burda mentira de aprender inglés. Jóvenes adolescentes lejos de sus padres y de lo hasta entonces conocido, dieron lugar a viajes inolvidables. Amistades paradójicamente efímeras pero intensas, breves historias de amor adolescente o la posibilidad de conocer maravillas como el Stonehenge y reseguir los pasos de Los Beatles en Liverpool.
En lo relativo al Ministerio de Educación y Cultura se añadía un ítem. Nada de preparación previa por su parte. Te soltaban la pasta y tira que te vas. Tú debías organizarte el viaje en un tiempo récord de quince días. Destino, vuelos, alojamiento y academia donde culminar tu supuesta inmersión total en el idioma anglófono. Al inicio, nada más inteligente que Irlanda para aprender inglés, seguido de nada más cómodo que ir a Malta a gozar del sol y de la noche, acabando por un nada más acojonante que usar el dinero del Ministerio para irme a la inalcanzable Nueva Zelanda sin olvidar hacer una visita a Samoa o parar unos días en Hong Kong. Lo que es la evolución, al final uno sabe como aprovecharse de toda situación favorable. Quizá por eso ya no me concedieron más becas. Vete tú a saber.

Antes de pasar al siguiente nivel de aprendizaje viajero, no querría olvidar los viajes estudiantiles, bien los clásicos fin de instituto en Italia, el inusual intercambio en USA o la bonita pero intensa visita a tierras tunecinas. Salvando las distancias, merecen un grupo concreto.

El siguiente nivel lo copan viajes con amigos. Viajes que acaban por reforzar el concepto de «la otra familia». Aquí, dos categorías a diferenciar. Una, los difícilmente organizables viajes estilo vacaciones de verano. Dos, los viajes repentinos sin organización alguna. Ambos tienen precedentes pioneros.
De la primera categoría, el viaje iniciático fue el Camino de Santiago, pero pronto le siguieron aventuras por las Islas Baleares. Mallorca, en dos ocasiones y con ambientes diferentes, o el viaje ratuno a Menorca, determinado técnicamente por la bicicleta, temporalmente por el porro («un canuto y nos vamos») e instrumentalmente por la inmortal guitarra de Gavina o la melodía pegadiza de uno de los móviles de los presentes.
Los viajes improvisados tienen varios orígenes. Ryanair, conciertos lejanos, celebraciones de cumpleaños,… pero todos tienen una figura asociada: Adrián Rodríguez.
«Pol es urgente. Yo tengo fiesta del viernes al lunes ambos incluidos. Y me ha entrado paranoia de irme con la locura de viaje. Donde sea y como sea. ¿Te hace?» Y así fue el inicio de Bilbao, estableciendo ciertas pautas de conductas como el no pensar el donde ir, sino irnos; abrir nuestras retrógradas mentes para conocer gente agradable, llevar bufandas del Cornellà y del FCB o tener momentos bohemios durante las horas previas a regresar.
El frio de Oslo mejoró todo aquello, alcanzando niveles sublimes. De igual forma que Pep Guardiola alcanza la perfección de las bases futbolísticas sentadas por el FCB de Johann Cruyff, Oslo hizo lo propio en cuanto a esta categoría de viaje. No por frio fue menos ardiente la visita a Noruega. Descubrir a Manel, la iniciación al Jägermeister, Ibuprofenos matutinos, Cecilia Pérez de Hacha, el gol de Ibrahimovic, bailar canciones navideñas a ritmo de ska,… al fin y al cabo felicidad en su máxima expresión. Se dice en un film que «happiness is only real when it’s shared» y Oslo lo fué. Sólo Granada aunó suficientes ítems para lograr pisar los talones a Oslo. Luego llegaría Basilea, un bonito regalo de aniversario.



Para acabar, los viajes en solitario. Cortos o largos, después de un largo camino uno pierde el miedo a volar en solitario. Los andares de cada uno son tan estrepitosamente dispersos que no cabe la posibilidad de compartirlos con nadie de tu alrededor. No obstante, es persuasivamente fascinante ver como en el lugar de destino de tus sueños, hay alguien dispuesto a compartirlos, aunque sea griego. Algo complejo de todo esto es cuando posiblemente tu gente no llegue a comprender porqué lo haces, pudiendo influir en tu decisión final de partir. Kenya y Sudamérica fueron organizados en la sombra. Kenya y Sudamérica no tienen un porqué. Son sueños, y los sueños son la sirena de las almas. Ella canta. Nos llama. La seguimos. No más, sólo me limito a disfrutarlos.

2 comentarios:

  1. M'ha agradat molt llegir aquesta publicació tio!!!! En segons quins moments m'has fent sentir enveja sana cabrón! jejeejjeje!!!!!
    Salva!!!!

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  2. neeeeng!! y el viaje al camping barcelona? jajajaja

    tu boba

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