sábado, 18 de diciembre de 2010

En el cielo

Según la RAE, la palabra cielo se define como «morada en que los ángeles, los santos y los bienaventurados gozan de la presencia de Dios». En términos de civilización, dicha distinción se disputa a diferentes niveles. Se sostiene insistentemente que Potosí es la cuarta ciudad más alta del mundo, detrás de La Rinconada, en Perú (5.400 msnm); Wenzhuan, en China (5.100 msnm), y Cerro de Pasco, en Perú (4.384 msnm), y no la segunda, como lo afirma la prensa internacional. Pero tanto La Rinconada como Wenzhuan parecen ser pueblos pequeños de alrededor de 11.000 y 5.000 habitantes respectivamente.



Potosí pues, es la segunda ciudad —en el estricto sentido de la palabra ciudad—más alta del mundo con 4.070 msnm. Declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, revela un esplendor actual así como los horrores del pasado y presente ligados a sus minas de plata, que a finales del siglo XVIII la convirtieron en la ciudad más grande y rica de América Latina. Para conocer el fiel relato minero, nada mejor que ver el documental La mina del diablo.



Como la escena de la plantación francesa en Apocalypse Now Redux, Potosí supone una ruptura de mi viaje, tanto de su ritmo como de su atmósfera. Aquí recibo la hospitalidad de una familiar pareja de jóvenes vascos que conocí hace algo más de dos meses en el aeropuerto de Santa Cruz. Soy invitado a comer y a dormir y en la sobremesa surge la conversación sobre la situación política y la guerra en nuestras respectivas tierras. No circulan entorno al Vietnam, sino sobre Euskadi y Catalunya. La atmosfera boliviana se pierde momentáneamente para encontrarse uno con las raíces de su tierra.


No obstante, el cielo tiene un mal: el de altura. Sin llegar a afectarme demasiado, subir apenas veinte escalones se convierte en un esfuerzo realmente importante. Dicen que es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero en Potosí, en primer lugar, es necesario tenerla con uno mismo si se quiere seguir en pie.

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